![]() |
Martes, 6 de julio de 2010 – Razzmatazz – Barcelona
Una inexplicable conexión mística se ha creado entre ALICE IN CHAINS y sus seguidores. Se nota en cada uno de sus conciertos: entre los de Seattle y su público no hay distancia alguna. Hay amor, hay cariño, hay comprensión, no hay reproches, sólo agradecimiento. Sus temas preñados de dolor existencial, dudas y depresión cobran hoy mayor relevancia que nunca. Y es en la botella medio vacía donde ALICE IN CHAINS han hallado la paz espiritual tras el peor bache que te puede deparar la vida: la muerte de un hermano, la muerte de Layne Staley. Sus canciones mayúsculas se tornan ahora positivas. Donde había inmenso dolor, ahora hay esperanza. Cuando pienso en William DuVall no veo a un sustituto, veo a un nuevo miembro de pleno derecho en mi banda favorita de grunge de siempre. Y lo mejor es que a nadie se le ocurre cuestionar la importancia que ha tenido este chico para el resurgir de los estadounidenses. Esto salta a la vista viendo la formidable acogida que tuvieron en Barcelona los numerosos temas que sonaron de su excelente último trabajo tras catorce años de silencio, «Black Gives Way To Blue». Enfrentarse ahora a ALICE IN CHAINS es una absoluta catarsis, es como perderse por un monasterio del Himalaya para hallar el delicioso nirvana. Porque lo de Jerry Cantrell y los suyos no ha sido una reunión: hemos sido nosotros los que nos hemos reunido entorno a ellos.
«All Secrets Known» de su último largo abrió la velada con un público que, más que estar emocionado por el tema, lo estaba por ver de nuevo a ALICE IN CHAINS en territorio catalán cuatro años después. Y es que allí estaba reunida lo que queda de la llamada Generación X, con una media de edad de treinta y pico, todos nostálgicos de unos 90 que, por mucho que se diga, también dieron grandísimas formaciones. Pronto con «It Ain’t Like That» de su primer «Facelift» (veinte años lo contemplan) nos dimos de bruces ante la magnífica banda que teníamos delante. Como si canciones así ya no pudieran sonar, como si en el rock ya no quedaran combos de esta categoría, llegamos a la «Again» de su álbum homónimo del 95. La también nueva «Check My Brain» fue la siguiente, pero a penas ni se notó que casi no lleva ni un año en su repertorio. Una cualidad que, obviamente, sólo puede ser sinónima de que su último disco ha calado entre los fans y que puede mirar de tú a tú a sus obras más pretéritas.
Con la memorable «Them Bones» se desvirgó «Dirt» en la grande de Razz, señal de que su álbum más emblemático tendría un papel predominante en el show. Como en tan grandísimo plástico, la siguió «Dam That River» sin pausa alguna. Genial decisión la de otorgar este giro al concierto, y más todavía cuando petó «Rain When I Die». A estas alturas del directo, Cantrell ya había demostrado sobradamente quién lleva la voz cantante del grupo, por mucho que a DuVall se le haya otorgado la papeleta de vocalista. Además, el lead guitar clavaba todas y cada una de las increíbles notas de sus solos, explotando como nadie (bueno, quizás Slash…) todas las posibilidades del pedal wha-wha, entre otras diabluras. Es un guitarrista de la vieja escuela que no precisa de grandes alardes para demostrar que su valía en las seis cuerdas no tiene precio. Todo un bluesman al servicio del rock’n’roll más torturado.
Turno de nuevo para la presentación de su reciente disco, esta vez con «Your Decision», «Lessons Learned», «Last Of My Kind» o una enorme «Acid Bubble», pero lo que se preparaba luego era aún mejor: la liviana «No Excuses» (¿Sólo a mí me recuerda a R.E.M.?) pilló a varios descolocados, lo que no impidió que fuera muy gratamente acogida. La premonitoria «We Die Young», en cambio, estaba claro que debía sonar tarde o temprano. Macarra a más no poder, fue uno de los momentazos de la noche. Entonces llegó lo que servidor había ido a buscar: mi preferida de todo su repertorio, «Rotten Apple», se elevó con toda su grandeza. Ya me puedo morir tranquilo, pues es de las pocas piezas que van cambiando en un set-list repleto de clásicos. A estas alturas, quien dijera que aquello no era ALICE IN CHAINS en todo su esplendor, mentía como un bellaco.
El cierre del primer acto fue simplemente insuperable: el tridente formado por la celebradísima y todavía más bella «Down In A Hole», la ofuscadísima «Angry Chair» y la obligada «Man In The Box» dejaron el pabellón de ALICE IN CHAINS a una altura que daba miedo. Mike Inez al bajo y Sean Kinney tras los parches también lo habían dado todo, por lo que fueron igual de reverenciados por el público a la hora de los saludos. Menuda colección de temazos, pero todavía quedaba el bis…
Bis dedicado, de nuevo, al «Dirt», con los dos únicos himnos que quedaban. Primero la imprescindible «Would?» y luego la emotiva «Rooster» remataron una noche imposible de criticar, en la que ALICE IN CHAINS volvieron a enamorar a aquellos que nunca les han fallado. Casi dos horas sobre el escenario para diseccionar una discografía básica, más allá del grunge, para cualquier amante del rock más desesperado. El mejor homenaje a Layne Staley es que esta formación siga al pie del cañón desplegando esta incontestable calidad. Sorprendentemente en forma, un concierto impresionante. Y es que dice siempre Yosi de LOS SUAVES que todas las historias reales son también historias tristes, pero esto no impide que la historia de ALICE IN CHAINS sea maravillosa.
Texto: Pau Navarra
Fotos: Eduard Tuset
Para ver las fotos a mayor tamaño, pinchar sobre ellas.