Sábado 4 de Noviembre de 2017 – Sala Razzmatazz – Barcelona
Tras saborear las mieles del éxito con sus cuatro primeras entregas y haber sufrido también las críticas y los despiadados ataques del PMRC, Blackie Lawless encaraba la década de los noventa con la firme intención de dar un nuevo impulso a su carrera musical. Para ello, rompió peras con el que hasta entonces había sido su compañero de correrías y fiel escudero el guitarrista Chris Holmes y se concentró en fraguar la historia que serviría como argumento para lo que tenía que ser su primer trabajo en solitario y que a la postre acabó convirtiéndose en el quinto trabajo de W.A.S.P. «The Crimson Idol», una ambiciosa obra conceptual en la que el carismático frontman narraba las vivencias, el éxito y la posterior debacle de un personaje ficticio denominado Jonathan Steel.
Pese a la ruptura que significó con su pasado, lo cierto es que el disco gozó de una fantástica acogida y con el tiempo se ha convertido en una de las obras cumbre de su dilatada carrera discográfica. No era esta la primera vez que Blackie salía a la carretera para tocar íntegramente el disco, ya que hace una década, coincidiendo con el decimoquinto aniversario de su publicación, ya se embarcó en un tour en el que también tuvimos ocasión de ver la película que se grabó para acompañar su salida en 1992.
Si en aquella ocasión el lugar escogido fue la sala mediana del Razzmatazz, de cara a esta visita la acción se trasladaba a la sala grande, concediendo a la cita la aureola de acontecimiento especial. Como no podía ser de otra forma, teniendo en cuenta el tirón del cuarteto americano y el arraigo del álbum entre sus seguidores, la audiencia catalana respondió a la llamada llenando la planta inferior del recinto.
La noche no comenzaba bien, ya que los encargados de abrir la velada Beast In Black se caían del cartel por problemas con su autobús, aunque flotaban en el ambiente los rumores que apuntaban a que los finlandeses habían tenido serias desavenencias en cuanto al trato recibido por el entorno de las estrellas de la noche. En cualquier caso, Blackie y sus muchachos quedaban como el único acto de la velada. Por ello, la espera fue más larga de lo habitual, y mientras la gente consumía pacientemente la espera, en los grupitos que se fueron formando «la comidilla» giraba en torno a que tipos de ayudas recurría el veterano vocalista durante el show.
Sí, hubo ayudas. Muchos de los coros, por no decir la gran mayoría fueron disparados, y también pudimos apreciar varias líneas de apoyo vocal que ayudaron a que la voz de Blackie sonara más nítida y potente. En cuanto a la banda que le acompañó, nada tiene que ver con la que grabó «The Crimson Idol», ya que los que formaron junto a Blackie fueron los habituales: el guitarrista Doug Blair, el bajista Mike Duda y su último fichaje: el batería Aquiles Priester, quien por cierto se mostró perfectamente conjuntado con sus nuevos compañeros.
El anunciado formato del show propició que la gente estuviera más preocupada por buscar un buen lugar desde el que no perderse detalle de las imágenes que se sucederían en las tres pantallas que había sobre el escenario, que de apretujarse en las primeras filas. Para acabar de ambientar la velada cuando las luces se apagaron por las pantallas empezaron a desfilar las letras de presentación con la misma tipografía que se empleó para el artwork del disco.
Lentamente, prácticamente a oscuras, y de forma parsimoniosa los músicos fueron tomando posiciones en escena para regalarnos durante «The Titanic Overture», la melodía que serviría como hilo conductor durante esta primera parte del show. El espectáculo había arrancado y con Blackie al frente, luciendo sus clásicas botas de flecos blancas, llegaba el momento de adentrarnos en la tormentosa infancia del protagonista de nuestra historia. Un detalle que me sorprendió fue que Blackie se dedicó a las partes vocales sin apenas interactuar con las primeras filas, posicionándose de espaldas al respetable durante las desarrollos instrumentales del dramático «The Invisible Boy».
Quizás fuera ese el motivo por el que la respuesta del público fue un tanto fría. Pero, afortunadamente, esto no tardaría en cambiar, ya que el nivel de excitación e intensidad iría en aumento conforme fueron sucediéndose los temas y llegaron los cortes más rápidos y coreables. La primera vez que el público recogió el testigo para cantar junto a la banda fue durante «Arena Of Pleasure». Pero uno de los momentos de la noche llegaría justo después, cuando el sobrecogedor sonido de la motosierra nos anunciaba la llegada del monumental «Chainsaw Charlie (Murders In The New Morgue», con la gente completamente desatada entonando su melodía central antes de que Blair nos espetara su incendiario solo de guitarra.
Como suele suceder en muchas ocasiones, tras la tempestad siempre llega la calma. Así que la encargada de hacernos recuperar el aliento y rebajar mínimamente el clímax que se había creado fue «The Gypsy Meets The Boy», con el cuarteto contemporizando el tempo de la canción mientras a través de las pantallas podíamos ver como una gitana le auguraba un oscuro destino a Jonathan. No tardaría en volver a repuntar el ambiente gracias a los agiles guitarrazos y los rotundos coros de «Doctor Rockter» y "I Am One" quizás los temas del álbum que mejor conservan la esencia de los W.A.S.P. de los ochenta, lo que propició que la gente volviera a convertirse en protagonista.
Nuevamente el escenario quedaría sumido en la penumbra para encarar el tramo más oscuro y desgarrador del álbum que arrancaba con "The Idol", que nos dejaba a Blair exprimiendo su llamativa guitarra de doble mástil. Esa ambientación intimista y sosegada se mantuvo a lo largo de la deliciosa balada "Hold On To My Heart". Mientras que para cerrar esta primera parte del show tendríamos ocasión de adentrarnos en los diferentes paisajes que dibuja el monumental "The Great Misconceptions Of Me", que a modo de resumen nos volvía a evocar algunos de los momentos culminantes del show, intercalando pasajes instrumentales cargados de épica, explosivos cambios de ritmo y unas líneas vocales cargadas de rabia, ira y desesperación, para acabar recabando una fastuosa ovación mientras la banda se perdía entre bambalinas y por las pantallas desfilaban los títulos de crédito que daban por finiquitado el espectáculo.
Si durante la primera parte del show el cuarteto se mantuvo en un estudiado segundo plano, concediendo gran parte del protagonismo a la película, fue durante los bises cuando los músicos asumieron su rol de rockstar, especialmente un Blackie que se mostró más ágil y comunicativo en escena, alentando al personal a que se sumará a los coros de "L.O.V.E. Machine", que fue acompañado por su vídeo-clip a través de las pantallas. Con el frontman postrado desafiante, con el pie apoyado sobre uno de los monitores, y tras dos amagos que hicieron explotar al público arrancaba un efectivo "Wild Child", que contó con el respaldo a las voces de Duda y Blair.
Tampoco quisieron dejarse en el tintero algún guiño al material compuesto durante los últimos años, de modo que "Golgotha", nos adentraba en derroteros más oscuros y melódicos ante la indiferencia de un público ávido de que los americanos siguieran descargando algunos de sus grandes hits. El último tema de la noche fue "I Wanna Be Somebody", que ponía a todo el mundo a corear el estribillo para cerrar la velada por todo lo alto.
Siempre resulta complicado llevar al directo una obra conceptual, y más cuando es tan intensa, compleja y ambiciosa como "The Crimson Idol". Pese a ello, la banda asumió el reto y supo salir victoriosa. Ninguna pega se puede poner a unos W.A.S.P. que estuvieron a un excelente nivel. Aunque un par más de temas más en los bises, teniendo en cuenta que no hubo teloneros, hubieran convertido esta noche de sábado en una velada memorable, y más si tenemos en cuenta que se quedaron el tintero clásicos como «On Your Kness», "Blind In Texas", "The Hellion", «The Headless Children»…
Texto: Alfonso Díaz
Fotos: Carlos Oliver (www.facebook.com/Carlos.Oliver.Music.Photography)
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