Viernes 8 de Abril de 2011 – Multiusos Sanchez Paraiso – Salamanca
Precedidos por un aluvión de reseñas que les promocionan como una de las mejores bandas tributo del mundo se plantaron THE AUSTRALIAN PINK FLOYD en el Pabellón Multiusos Sánchez Paraíso de Salamanca para dar una exhibición musical en un show tan excesivo y barroco como espectacular ante más de 1000 personas, que pasaron generosamente por taquilla (con entradas entre 26 y 35 euros), ante la promesa de un concierto "diferente" por la inclusión de efectos sonoros y de tres dimensiones.
Y tras dos horas y media de música, mas otros 20 minutos de pausa entre los dos actos en los que estaba distribuido el repertorio, hay que decir que sin duda el concierto vale cada euro que cuesta la entrada.
Podemos entrar en disquisiciones acerca de la validez y la conveniencia de este tipo de conciertos en los que se "revive" el espíritu de una banda ya extinta, debate que podríamos extender hacia los conciertos que apenas unos días antes había ofrecido Roger Waters en nuestro país con un "sold out" absoluto y precios que multiplicaban por dos los de esta noche, pero probablemente sean los conciertos de los aussies la aproximación más cercana a la realidad de la banda que se pueda ver ahora mismo.
Con una escenografía inspirada en la gira de PULSE, con su gran pantalla de video circular en la parte central, se presenta ante el escenario una formación con dos guitarristas excepcionales, Steve Mac (fundador de la banda) y David Domminney Fowler que supieron sacar de su equipo todo el arsenal de efectos sonoros que las canciones de PF requieren y que brillaron de manera impresionante en unos solos que, por poner un pero, en algunos momentos sonaron un poco más agresivos que los originales. Su labor es la que da cohesión y uniformidad al devenir del show. Además sobre el escenario una pieza importante fueron los teclados de Jason Sawford, que se ocupó también de algunas programaciones e incluso en ciertos momentos de sonidos hammond, un bajista, batería, saxo (de color rosa), un terceto en los coros y Alex McNamara ocupándose de la mayor parte de las tareas vocales (también bajista y ambos guitarras tuvieron su oportunidad) siendo esta la única objección para poder decir que la experiencia era completa ya que con su tono dulce y suave (más cercano a un cantante AOR) deslució en los momentos de más exigencia (The Happiest Days of Our Lives, Time…) y se vio superado en muchos momentos por las interpretaciones a la voz fundamentalmente del bajista Colin Wilson y de Steve Mac que clavó el tono de Gilmour.
La banda, completamente estática y con nulo carisma escénico, se centró en la ejecución impoluta de las canciones y abrió con Shine On Your Crazy Diamond mientras aparecían en la pantalla las primeras proyecciones, todavía en esta primera parte del show sin necesidad de utilizar las gafas 3D que se repartieron en la entrada, inspiradas en la película The Wall y con alguna imagen de los miembros originales de PINK FLOYD.
El sonido es sobresaliente gracias a los ingenieros de sonido, algunos de ellos han trabajado con la banda original en sus giras, y las programaciones de luces, láser e imágenes, muy bien integradas, crean la sensación de estar presenciando un inmenso concierto en dvd pero con un sonido cuadrafónico que se notó de manera más tangible a partir de Speak To Me.
Tras un potente Welcome To The Machine y una sorprendente Arnold Layne los tonos procesados de guitarra y los sonidos espaciales vuelven con Sorrow donde los solos de guitarra se alternan y extienden y dan lugar a Learning To Fly, como cierre al repaso de A Momentary Lapse of Reason, con unos coros que en nada se diferencian de la versión original y las guitarras muy en primer plano.
El público, muy contenido en sus reacciones y expectante ante el show durante toda la primera parte no tiene más remedio que ovacionar el punteo doble de Dogs (único recuerdo del disco de Animals) que finaliza con unas escalas de tonos arábigos y cuyo sonido acústico inicial sonó de lujo, aquí la voz dulce de McNamara le da un toque muy años 70s aunque le falta un poco de carácter.
Tras una pausa comienza el espectáculo 3D de imágenes sobre la pantalla, visualmente atractivo aunque de sensaciones livianas, pero lo que realmente llama la atención es como los efectos de sonido cuadrafónico empleados para algunos pregrabados, como en el inicio de Time que realmente te envuelven en la experiencia de ver a los originales PINK FLOYD.
Para esta segunda parte arriesgaron menos en el repertorio y enlazaron hasta seis cortes de The Dark Side Of The Moon, donde consiguieron arrancar las palmas del público en Breathe (sobresaliente) y en, otra vez, un gran punteo en Time, mientras la imagen de la portada del disco se deforma en la pantalla gracias a las tres dimensiones.
La excepcional voz de una de sus coristas (Bianca Antoinette) consigue clavar los tonos altos y desgarrados de The Great Gig In The Sky y es recompensada con una ovación mientras una sorprendente What Do You Want From Me (extraida del The Division Bell) con sus tonos "marcianos" y su punteo procesado enlazada con la instrumental y extraterrestre Careful With That Axe Eugene dan comienzo a la parte final del show en la que apuestan por los grandes clásicos de la banda.
De esta manera Money es recibida por un largo aplauso que se acentúa con la interpretación al saxo de Mike Kidson, que además tiene el honor de ser el único miembro de la banda que bailó ligeramente en el escenario dentro de una escenografía excesivamente encorsetada, y los solos de guitarras llenos de chorus y procesados nos conducen al punto álgido de la velada con la interpretación de Another Brick In The Wall, acompañados por unos grandes efectos de luz en el frontal del escenario y un inmenso hinchable con uno de los protagonistas de la película sobre el escenario. Aquí muchos de los presentes no aguantan la pasión y abandonan sus asientos para bailar junto a las butacas mientras los numerosísimos efectivos de seguridad privada presentes (¿de verdad es necesaria tanta vigilancia para un concierto como este?) les intentan reconducir sin éxito hacia sus localidades.
El orgasmo musical se prolonga con el archiconocido Wish You Were Here con unos grandes efectos laser que simulan sobre nuestras cabezas las cuerdas de la guitarra interpretando el conocido riff e imágenes de unos jovencísimos PINK FLOYD en la pantalla central.
One Of This Days hace aparecer un nuevo hinchable, en este caso un gigantesco canguro de color rosa, mientras Steve Mac se exhibe en el uso de un slide guitar de sonido exquisito. El punto final lo pone Comfortably Numb donde una vez más McNamara no puede darle el tono de voz adecuado, algo que no desluce para nada una interpretación soberbia apoyada nuevamente por un intercambio de solos de guitarra que igualan a los originales.
Para el único bis de la velada, Run Like Hell, toda la audiencia se pone en pie y aplaude sin remisión mientras un gigantesco cerdo gigante se pasea sobre el escenario.
Sin ninguna duda, THE AUSTRALIAN PINK FLOYD son dignos de llevar el legado de la banda a los escenarios, respetan con auténtica devoción las canciones y las formas de interpretarlas, no intentan innovar ni sorprender, solamente acercarse al sentimiento primigenio del grupo y ofrecer una evolución lógica hacia el lugar en el que se encontrarían PINK FLOYD de estar hoy en activo. Además se preocupan de ofrecer un espectáculo completo con la cuadrafonía y los efectos 3D (aquí yo si me encontré un poco decepcionado ya que esperaba algo más), además de los muñecos hinchables y un juego de luces, que aunque de tonos algo oscuros para que se pueda ver la pantalla de manera clara, crean la sensación de estar presenciando una gran película quizás más cercana a un musical que a un concierto de rock. De todas maneras y vistas las reencarnaciones y revisiones musicales que pululan de manera más que discutible por los escenarios los australianos son auténtico caviar.
Texto y fotos: Fran Cea
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