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Viernes 19, sábado 20 y domingo 21 de Junio – Clisson – Francia
HUELE A PODRIDO EN CLISSON
Algo huele profundamente a podrido en el estado francés, supuestos campeones en el terreno de la laicidad en la vida pública, cuando los grupúsculos más reaccionarios e integristas de la secta del catolicismo oficial se ponen en marcha al unísono con el objetivo de reventar una de las expresiones de la cultura del metal más genuinas, eclécticas y con mayor proyección del panorama continental europeo.
Subido al carro del éxito de la pasada edición, el HELLFEST apuntaba alto este año y aspiraba a elevar el listón para codearse con el mismísimo Wacken Open Air. Otro cartel de infarto, buen clima y mejor ambiente empujaron, como era lógicamente de esperar, a que una nueva oleada de metalheads invadiera los campos de Clisson. Los organizadores franceses cifraron en 60.000 cabezas –tres cuartas partes de las cuales venidas de fuera de Europa- el lleno del recinto durante las tres jornadas.
Un auténtico golpe de efecto y un éxito comercial a todas luces para los organizadores, los patrocinadores y los comerciantes de la propia zona. Pero, al mismo tiempo, también la señal para que los más rancios trompeteros del apocalipsis de la hipocresía moral hayan decidido levantar otra vez la veda de sus trasnochadas cruzadas, ante tal desfile de cuernos, rabos y demonios del infierno escupiendo fuego para arrasar todo a su paso entre los viñedos bretones.
Aparentemente, nada nuevo en el horizonte: no son los primeros ladridos del integrismo católico del lugar –cuyo poder, a diferencia de lo que ocurre en el estado español, se presume mucho más limitado-, que no ha dudado en deformar la realidad a su antojo para arrogarse, exhibiendo su naturaleza fascista, el derecho de censurar, prohibir y castigar cualquier expresión cultural que no se adapte a las eternas directrices del dogmatismo irracional que tratan de imponer.
Pero esta vez lo han hecho atacando donde más duele a la organización: en la línea de flotación económica del evento. No sólo influyendo decisivamente para que los medios de comunicación de referencia ignoraran –‘as usual’, por otra parte- el festival y exigiendo a las instituciones públicas que dejen de contribuir con su ya de por sí exigua aportación. Esta vez, además, han organizando desde Internet una campaña de boicot y presión hacia los patrocinadores que ya se ha cobrado una primera baja: la de la siempre bienpensante y políticamente correcta multinacional Coca-Cola.
El ciberespacio continúa siendo el principal escenario de este lamentable episodio y los organizadores todavía no tienen nada claro para el próximo año. El asunto ha trascendido su esencia de espectáculo y encuentro socio-cultural dando el salto a la podredumbre de la arena política, donde los más conservadores se desgarran las vestiduras ante la supuesta naturaleza ‘satánica’ de bandas como Rotting Christ e Impaled Nazarene o las pretendidas connotaciones ‘antisemitas’ en el nombre de Sacred Reich!!! De poco sirve recordar, ante tal alarde de intransigencia, que también participaron bandas que se acogen a la etiqueta de «metal cristiano» –léase August Burn Red o Whitechapel-.
Nada de esta sinrazón, de todo este despropósito descomunal, puede empañar el relato de lo que fue, nuevamente, una atronadora y espectacular exhibición sonidos extremos y de la pasión, el comportamiento cívico y de respeto por parte de sus seguidores, tomando en cuenta la magnitud del evento.
El «lorenzo» bretón volvió a ejercer de omnipresente e implacable tatuador y, a pesar de ello, muchos nos alegramos de su presencia, visto el diluvio que desdibujó y estuvo a punto de llevarse por delante el festival hace dos años. Quizás también, hay que reconocerlo, su presencia no nos resultó excesivamente molesta por la calidad de las propuestas que se parapetaron en las dos carpas, donde las sombras de los sonidos más extremos del festival nos atrajeron de forma casi constante.
No volveremos a insistir en la más que deficiente calidad de la cerveza que se sirvió durante los tres días: de nuevo, lamentable el castigo que tuvieron que padecer nuevamente miles de metalheads, sedientos y abrasados durante la mayor parte del día. Dudamos seriamente que fuera realmente este tipo de sucedáneo lo que llevara a más de un frontman (casos de Taake y Melechesh, entre otros) a deambular dando tumbos por el jardín de la zona VIP, exhibiendo una cogorza más que monumental ya durante la primera tarde de festival.
Este fue también el año de la consagración de las charangas-metal, omnipresentes por doquier –dentro y fuera del recinto festivalero- con sus particulares interpretaciones de clásicos del metal: hasta el punto que, algunas, incluso, se lanzaran a versionear legendarios himnos thrash sin ningún tipo de rubor. Y, cómo no, tampoco faltaron los espectáculos con chicas y chicos ligeritos de ropas –lencería a lo sumo- que mucha de la clientela agradeció, especialmente avanzada la tarde, con representaciones de lo que podría verse en un sueño generador de humedades matutinas.
Las actividades paralelas y alternativas se multiplicaron, incluidos espectáculos de pressing catch y mareantes paseos en motos dentro de una esfera metálica, al más puro estilo Mad Max. Parece pues que, sin renunciar a lo musical, los organizadores apuesten abiertamente por ofrecer atracciones de parque temático que permita cubrir el poco tiempo para el aburrimiento de un circo de estas características.
Algo ciertamente un poco chocante, para quienes vivimos la eclosión del festival desde unas raíces más underground. De hecho, quizás su apuesta ya no sea, en estos momentos, tan valiente como antaño, cuando hardcore y metal extremo convivían y se entremezclaban más o menos armoniosamente para dar lugar a carteles auténticamente explosivos.
Pero que nadie se llame a engaño: la voluntad confesa de los que mueven los hilos siempre ha sido ampliar el elenco estilístico de la propuesta y, así, crecer comercialmente. Aquí no vamos a descalificar ni cuestionar el por qué se escogen o se dejan de incluir unos grupos u otros para la confección del cartel. Sin embargo, años atrás, hubiera resultado totalmente inconcebible, por decirlo de alguna manera, toparse con el exclusivo stand de merchandising montado para los Manowar ofreciendo ‘sesiones privadas’ de firma de autógrafos con la banda al módico precio de 150 euros. Realmente patético: un insulto para sus fans.
A pesar de todo, el HELLFEST sigue ofreciendo algo de lo que los alemanes –léase, de nuevo, Wacken Open Air- renegaron ya hace lustros: una oferta de calidad basada –y he aquí una de las claves- en la diversidad y equilibrio entre las propuestas que se alternaron en los cuatros escenarios habilitados para esta ocasión. En otras palabras: un cartel que resulta tan agotador para el fan del más extremo grindcore como para el seguidor de las grandes bandas de hard rock de los 80. Y, sinceramente, esperamos que así pueda continuar por mucho tiempo, aunque sea con el imperativo de tener que continuar ignorando el hedor de podredumbre que desprende ese cáncer social, cultural e intelectual que viene corrompiendo nuestro entorno por los siglos de los siglos.
Jordi Marsal
Fotos: Carlos Oliver
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