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Jueves 2 de Abril de 2009 – Palacio de los Deportes de la Comunidad – Madrid
Hace años, muchos ya, leí un artículo sobre AC/DC. Muchas de las cosas que allí aparecían las he olvidado, pero algo ha permanecido en mi cabeza durante casi tres décadas: si no has visto a AC/DC en directo no sabes lo que es un concierto. Y aquella frase que alguno podría tildar de exagerada y presuntuosa dejó de serlo en una mágica tarde de 1996 en Las Ventas. Se reafirmó unos pocos años después en un Palacio de Deportes que todavía no había sido pasto de las llamas. Y hoy, cuando apenas hace una hora que atronaban los cañones sobre nuestras cabezas, diciéndonos hasta pronto, vuelve a venirme, tan clara como real.
Hemos tenido que esperar casi una década para que AC/DC volvieran a visitar un país que les adora, en el que su logotipo pasó a formar parte del paisaje urbano, donde incluso les honramos dedicándoles una calle. Año tras año nos prometíamos que sería el que tocaría, que por fin veríamos a una de las bandas de Rock más grandes de todos los tiempos, pero caían esos años y no llegaba el momento. Ese instante mágico en el que cinco músicos que hace mucho que dejaron de ser adolescentes nos demostraran que la vitalidad de la juventud no se mide por la fecha de nacimiento. Es posible que lleven otro líquido en las venas, tal vez adrenalina, tal vez gasolina, o incluso fuego incandescente.
La cita revestía la mística de las grandes noches. Madrid era tomado por cientos de personas llegadas desde todas las partes imaginables, había miles de camisetas perforadas con un rayo y miles de almas peregrinando hacia Felipe II, hacia el Palacio que vio su último éxito por estos lares, reconstruido, lustroso, rejuvenecido como una metáfora de los invitados que iba a albergar.
Desde bastante antes de la apertura de puertas las colas estaban bien nutridas, aunque afortunadamente la entrada se hizo sin demasiados problemas desde poco después de las siete de la tarde. Casi hora y media para ir buscando un sitio en la pista, lo más cerca posible de un inalcanzable escenario, o para admirar lo majestuoso que es un Palacio de Deportes tristemente poco usado para conciertos y festivales. Sin prisa pero sin pausa. Completando de forma continuada el aforo para disfrutar un aperitivo de primera categoría.
Puntuales, a las ocho y media de la tarde comenzaban The Answer. Avalados por dos discos muy potentes, el cuarteto se lanzaba a una misión compleja, abrir para AC/DC siendo desconocido por la mayoría de los asistentes al concierto, pero lo lograron, y en la media hora que estuvieron sobre las tablas demostraron que el espíritu de Led Zeppelin sigue vivo. Cormac Neeson, perfecto en su papel de frontman setentero, recordó desde el primer momento a Robert Plant. Un vozarrón impactante y unas formas de moverse y animar al público hicieron el resto. Pese a un sonido algo hueco en los primeros minutos, en los que las inmensas gradas todavía no estaban pobladas, sus canciones directas, con un estilo que en ocasiones recordaba también a los mejores Black Crowes, lograron que temas como «Demon Eyes», «Never too late» y «Under the sky» fueran bailadas por la multitud que como una inmensa marea hechizada comenzaba a notar cada vez más la electricidad reinante. Tiempo habrá de que vuelvan a nuestro país, y esperamos que sea pronto. Pues su juventud y su buen hacer puede llevarles a convertirse en una banda que de mucho que hablar.
Tras los treinta minutos de The Answer la espera fue amenizada con banda sonora de blues, con conversaciones recurrentes de las veces que AC/DC han estado en nuestro país, sobre el estado de Angus… Era momento de observar a las gradas y hacer incluso protagonista, -no se sabe muy bien si de forma preparada o espontánea-, a una chica que logró levantar coros no demasiado sutiles. De que un mar de cuernecitos rojos, pieza indispensable del merchandising del grupo las últimas giras, nos recordaran que la larga espera estaba a punto de acabar.
Nueve y media en punto. Se apagaban las luces y en medio de un griterío ensordecedor la inmensa pantalla comenzaba a mostrar la película de dibujos animados con la que comienza el show. Una descerebrada historia en la que los miembros de la banda tienen sus más y sus menos con bellas fans, tanto que la fuerza con la que el tren en el que la fiesta sexual se produce acaba por descarrilar. Ante nuestros ojos, frente a nosotros, allí estaba de pronto la locomotora imparable que traía a los más queridos, los más deseados.
«Rock ‘n’ Roll Train» suponía el comienzo de la catarsis. Miles de personas con los ojos abiertos de par en par coreando el tema del último disco y que antes del comienzo de «Hell ain´t a bad place to be» ya eran muy conscientes de que el concierto permanecería durante años en sus retinas. Phil Rudd tras la simple batería, aporreando como sólo él sabe hacer. Cliff Willians con su pelo blanco, pero con la misma fuerza que siempre. Malcolm, eternamente poseído por el Rock and Roll. Brian, con su camisa negra sin mangas y su gorra, recibido como un mesías. Y por supuesto el espíritu, la magia, la savia a la que todas las miradas se dirigían, Angus, eterno, inmenso, con su pequeña estatura.
Mientras sonaba «Back in black» fue momento de mirar la cara del público. Rostros de felicidad a raudales, con la boca abierta, maravillados ante un juego de luces espectacular y anonadados por un sonido bestial, con el volumen exacto, limpio, vivo.
Musicalmente maravillosos, no hay que dejar de comentar lo fantástico de la producción. Dos gigantescas pantallas al lado de la batería, más una tercera en una parte superior permitían que el concierto fuera seguido desde cualquier ángulo. Lo real sucedía en el escenario, pero también en las pantallas que mostraban hasta el último detalle de la banda.
De nuevo un tema del último disco, «Big Jack» nos permitía la comparación de la voz de Brian cuando canta clásicos y cuando son temas más actuales. ¿Resultado? Cada día canta mejor. Casi treinta años luchando contra el espíritu de Bon Scott y demostrando como su marcha y simpatía son tan contagiosas como su voz poderosa.
La Gibson negra de Angus avisaba de la vuelta al pasado con «Dirty deeds done dirt cheap», y el solo era perfectamente televisado ante un escenario que pese a ser inmenso queda pequeño ante la inmensidad de los cinco músicos. Arrancaban los «oehs,oehs» que tanto le gustan a Brian y «Shot down in flames» no dejaba lugar para un mínimo descanso. Tal vez fue el único momento del concierto en el que la voz sonó algo diferente, pero con Angus desmelenado y el perfecto combo de Cliff y Malcolm en los coros, prácticamente no se notó.
«Thunder, Thunder» gritaba el Palacio de Deportes llamando a los rayos que se mostraban en las pantallas mientras el solo inconfundible de «Thunderstruck» nos convertía a todos en una fuerza demente incontrolada. Sudaba el público y sudaban los músicos. La comunión del Rock, esos lugares comunes tantas veces repetidos, se convertían en ciertos por una vez.
«Black Ice» supuso un pequeño momento de respiro, pero casi un espejismo ante la presentación de «The Jack» por Brian en la pasarela que atravesaba el centro de la pista. Brian canta e interpreta. El boggie eléctrico por antonomasia, el blues descontrolado en el que Angus se despoja de su ropa. En esta ocasión sin mostrar en sus calzoncillos una bandera, sino los calzones de AC/DC, que por cierto podían comprarse en los puestos de merchandising.
El momento que muchos esperábamos, «Hells Bells» llegó casi sin darnos cuentas. Esta vez Brian se columpió poco rato desde la gigantesca campana, pero no importó. «Hells Bells» es AC/DC. Resume perfectamente lo que se siente en un concierto. La sangre hervir en las venas y los pelos erizarse. Sin signos de cansancio. Como si no hubiera pasado más que un tema «Shoot to thrill» nos mostraba el enloquecido baile de la oca por Angus, que sigue convirtiendo sus solos en espectáculo puro.
Y espectáculo de nuevo en las pantallas mientras sonaba «War Machine». Otra divertida mini película de dibujos animados en la asistíamos a un bombardeo de Gibson SG, a disparatados tanques y barcos veleros, a una campana inmensa que volvía a reclamar su protagonismo. Sin dejar el último disco, «Anything Goes» y por fin «You Shock me all night long» incidiendo en la fiesta, desde la primera fila hasta el último asiento de la grada más alta. La silueta de una mujer en llamas en la pantalla reflejaba perfectamente la temperatura que todos estábamos alcanzando.
Calor, fuego, dinamita… «TNT». Es difícil explicar con tan poco tiempo pasado lo que se siente al escuchar la vieja canción coreada al unísono por todo el mundo. Y tras su final, en la penumbra, ver la silueta voluptuosa de Rosie, montada a horcajadas sobre la locomotora. Gigantesca. Haciendo que la máquina parezca pequeña. «Whole lotta Rosie» acercaba al clímax eléctrico a Angus Young. Clímax que alcanzaría y nos haría llegar a él con «Let there be rock». Sonando como la soñamos. Disfrutando en la pantalla con imágenes de todos los discos del grupo y en el escenario con unos músicos irrepetibles. El solo sobre la pasarela, enloquecido, dando vueltas en el suelo, de rodillas, arrancándose incluso el esparadrapo que cubría su rodilla… AC/DC lo dan todo, cuando están ahí, como si fuera la primera vez, como si fuera la última. Gozamos con el sonido y con la imagen. Pudimos ver dónde pone los dedos para tocar las notas que todos reconocemos y que al mismo tiempo necesitamos volver a oír una y otra vez.
El show llegaba a su final pero aún quedaban «Highway to hell» y despedirnos a cañonazos. No era un sueño, estaban allí y eran ellos. Haciendo lo que siempre han hecho y como siempre lo harán. Cantamos de nuevo, saltamos, levantamos los brazos. Aspiramos las bocanadas de los cañones mientras nos sentíamos halagados por su saludo. Porque sabíamos que ese homenaje era para nosotros. Para todos y cada uno de los que estábamos allí. Sentimos como nuestro vello se ponía de punta mientras el final llegaba de forma inmisericorde, y finalmente nos vimos envueltos en la luz, esa fría luz de un palacio de deportes que anuncia que ha llegado el momento de marchar. Pero esta vez la luz también la veremos de nuevo, y no demasiado tarde…
Texto: Fernando Checa García
Fotos: Rafa Basa
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