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Viernes 21 de Noviembre de 2008 – Sala Ritmo & Compás – Madrid
A pesar de sus años, perseverancia e indudable calidad, los valencianos ZARPA tristemente siempre han sido una banda de segunda y hasta tercera fila dentro del panorama nacional. Algo bastante injusto si consideramos que fueron unos de los pioneros en el Heavy Metal y el Hard Rock español, editando su primera entrega «Los cuatro jinetes del apocalipsis» en 1978. Aunque muchos crean que el cuarteto se separó a finales de los 80 como la gran mayoría, eso no es del todo cierto, ya que aunque un tanto a trancas y barrancas, la banda se mantuvo más o menos activa grabando, aunque no editando, discos como «En ruta hacia Europa» o algún disco en directo, material que terminó viendo la luz hace unos pocos años. Su asentamiento definitivo se produjo en el 2002, cuando sacaron «Luchadores de la paz», un disco bastante aceptable pero que estaba un tanto desfasado en el tiempo. A pesar de que su lanzamiento pasó desapercibido, el grupo no desfalleció e incorporó al guitarrista de SABLE Rafa Játiva, con quien sacaron en el 2003 un sensacional «Infierno» que les puso de nuevo en el mapa. Ahora el grupo ha conseguido actualizar su sonido y puesta en escena, y crear unas discos más que notables, pero la banda no termina de enganchar al público más joven, que sigue injustamente ignorándolos.
Esta larga perorata de introducción me sirve para intentar explicar porque había tan poca gente en la sala para presenciar la actuación de ZARPA incluso siendo viernes, ya que no creo que estuviéramos más de 60 ó 70 personas. Este hecho pesó mucho sobre la banda, o al menos esa impresión me dio a mi, ya que salieron muy fríos, estáticos y con poca convicción; solo el bajista Vicente Romero parecía disfrutar con la actuación, y desde luego fue el único que dio al público algo de marcha. El cantante y guitarrista Vicente Feijoó estaba bastante comedido, poco comunicativo y hasta algo desconcertado al ver una audiencia tan despoblada, y el ya mencionado guitarrista Játiva debería olvidarse un tanto de Ritchie Blackmore y ofrecer algo más en escena.
Este fue el principal problema de la actuación, la apatía de los músicos, ya que las interpretaciones de los temas fueron sobresalientes, el poco público estaba entregado y el sonido no fue malo, solo faltaba que la entrega fuera recíproca, ya que por mucho que hiciera el bajista Romero, no lograba suplir la pasividad de sus compañeros. Esta pasividad se vio en algunos momentos contagiada al público, el cual parecía algo descolocado a pesar de que la apertura con «Un mundo perfecto en un mundo siniestro» sonó demoledora igual que «Máquinas», pero a la llegada del primer clásico, «Llega el castigador», la audiencia daba la impresión de esperar algo más.
Los solos tampoco ayudaron, sinceramente creo que cortaron todos y cada uno de ellos, la escasa dinámica que ya de por si tenía el concierto, y no ayudaron para nada a animar a un público ya casi irrecuperable. Auténticos himnos como «El tren para el infierno» o la excelsa «Cuero y cadenas» quedaron muy flojos a pesar de su enorme significado, y el solo de Játiva terminó de matar a muchos.
La banda, a pesar de todo siguió con su concierto, desgranando temas antiguos y modernos como «Viena», «Quien eres tú», «La zarpa y el sable» o «Babilonia la ramera», una canción esta última que despertó un tanto al público, aunque desgraciadamente ya era demasiado tarde y la suerte estaba echada.
Tras otro innecesario solo, esta vez de batería, nos ofrecieron una magnífica última parte con «Las hordas del mal», «Infierno», «Los defensores del rock» o «Luchadores de la paz» entre otras, pero la conexión era ya imposible, el grupo, sobre todo sus dos componentes más visibles, habían salido muy decepcionados por la baja asistencia, y se preocuparon más por los que faltaban que por los que estábamos allí.
Entiendo que es una putada encontrarse así la sala, pero eso no es óbice para hacer un concierto de medio pelo o un ensayo con gente.
Para cerrar por supuesto «Herederos de un imperio», coreada por todos y que puso un gran cierre a un concierto que podía haber sido más, mucho más.
Me reitero en que tanto la interpretación, como el sonido y la elección de los temas (aunque me faltó «Fantasmas del pasado») fue sobresaliente, pero los solos eran totalmente innecesarios, la escasa convicción de Vicente en sus charlas no llegaba al público para nada, y la falta de actitud, algo imprescindible en un concierto de estas características, hizo que nos quedáramos todos un tanto fríos, al menos yo sí.
Texto: Antonio Cerezuela
Fotos: David Esquitino
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